martes, 13 de octubre de 2009

Otro mundo es seguro

OTRO MUNDO ES SEGURO

19. Ahora llevamos tiempo viviendo una evolución impulsada, sobre todo, por un hecho determinante: el acelerado progreso expansivo de la técnica. Estos adelantos plantean problemas que ningún Estado-nación es ya capaz de resolver por sí solo y crean redes de comunicación que intensifican la interdependencia a la vez que abren nuevas perspectivas. La coordinación mundial encomendada en su día a las Naciones Unidas y demás organismos internacionales resulta hoy anticuada e insuficiente. Cada vez se percibe más la necesidad de una autoridad supranacional con jurisdicción planetaria y capacidad ejecutiva si se quieren realizar tareas comunes como la ayuda al Tercer Mundo, la defensa del medio ambiente hoy destruido impunemente, la lucha contra plagas mundiales o contra el terrorismo y el narcotráfico, entre otras tareas de alto interés común.

20. La necesidad es tan obvia que ya hace tiempo las organizaciones internacionales vienen dando pasos en esa dirección, creando instituciones en áreas concretas para dirigir eficazmente una acción colectiva. Desgraciadamente, la actitud de los actores económicos más fuertes, que quieren las manos libres en los mercados, se resiste a renunciar a cuotas de soberanía en aras de una solidaridad ventajosa para todos. El ejemplo de Estados Unidos es clamoroso, con su negativa a suscribir numerosos acuerdos internacionales a pesar de la conveniencia general. Dos últimas decisiones son llamativas: el ya mencionado rechazo por parte de Bush de los acuerdos de Kioto y el Tratado de Armas Biológicas para limitar el uso de esta terrible amenaza, que Washington se negó a firmar en junio de 2001, pero que le apetece negociar desde que el ántrax apareció en Estados Unidos. Y, ejemplo decisivo por su alcance general, Washington ha torpedeado constantemente el avanzado intento de crear un Tribunal Penal Internacional, que genocidios y otros delitos de nuestro tiempo hacen imprescindible. En suma, Estados Unidos se atiene exclusivamente a sus propios intereses, encastillado en su indiscutible superioridad militar, y realiza las acciones de fuerza o económicas que le convienen. De hecho, sus actitudes condicionan las grandes líneas de las relaciones internacionales.

21. Evidentemente, esa situación es algo muy distinto de la Autoridad mundial que reclaman los acontecimientos y bajo la cual todos los países serían miembros con iguales derechos. Sin duda, algunos tendrían más peso que otros, pero la hegemonía de una sola potencia sobre todos los demás, supeditados a ella, es algo radicalmente distinto y se parece más a un imperio con colonias o provincias que a una asamblea para el interés común. No es difícil pensar qué situación preferirían los habitantes del planeta, quienes probablemente verán el estado actual de los hechos como una lamentable desviación de la ruta histórica orientada hacia una autoridad supranacional. Y el hecho es que, en el momento de concluir este trabajo, tal desviación aparece decisivamente reforzada y consumada por un acto criminal de tal naturaleza y envergadura que ha provocado reacciones inesperables, muchas de ellas al margen del orden jurídico internacional que lentamente se había conseguido elaborar: me refiero al salvaje atentado contra las dos torres gemelas de Nueva York por un grupo de terroristas fanáticos. La importancia del bárbaro asalto, su coste en vidas humanas, en pérdidas materiales y hasta su alcance simbólico hacen comprensible la intensidad de las reacciones, pero el obligado uso de la razón que debe guiar las decisiones de un gobierno obliga a pensar muchas cosas: que la captura de un delincuente tiene cauces internacionales establecidos; que si el terrorismo se eleva a problema internacional algún papel corresponde a los organismos mundiales y, para no prolongar la lista, que produce vergüenza humana leer en la prensa las palabras del Secretario de Defensa estadounidense justificando las bombas de fragmentación como medio de luchar contra el terrorismo: «Queremos matar talibanes, así de sencillo».

22. Pese a ello, el histerismo de la prepotencia herida ha sido secundado de un modo inmediato por la gran mayoría de los gobernantes occidentales e incluso, con más o menos reservas y en contra de la opinión de sus propios pueblos, por dirigentes musulmanes, todos ellos ofreciendo tropas, armas y otros servicios. El allanamiento a la explosiva reacción estadounidense consagra ahora, con tintes incluso emotivos, la hegemonía internacional que Washington venía imponiendo de hecho. Para resumir la situación en pocas palabras, cabe decir que el Derecho Internacional Público aparece reducido a un Artículo Único: los conflictos se resolverán como disponga Estados Unidos.

23. Ése es el marco internacional en que se han celebrado los dos Foros mencionados al principio de esta obra: el de Nueva York con su lema «Liderazgo en Tiempos Difíciles», bien revelador de incertidumbres, y el opuesto de Porto Alegre, que afirma más esperanzado que «Otro mundo es posible», aunque la inapelable hegemonía económica estadounidense no es nada propicia por ahora.

¿Puede cerrarse con alguna perspectiva esta exposición de los hechos? Descartada la necia teoría del fin de la Historia, la vida sigue. El futuro resultará, por una parte, de la política de los «neoyorquinos» para reforzar su privilegiado dominio económico de la globalización y también, en el lado opuesto, de los esfuerzos de los «alegrenses» para mitigar la injusticia y conseguir un mundo que sea para todos. Pero, además, hay grandes masas humanas que, aun marginadas, evolucionan y, sobre todo, existen factores que ni unos ni otros tienen previstos y que —para usar una frase muy actual— son «efectos colaterales» de la Humanidad en marcha. Mientras los enfrentados actúan directamente, el pensamiento —que no es únicamente económico— sigue creando en los laboratorios y en otros ambientes. La ciencia, sobre todo, nos empuja presurosa hacia horizontes biogenéticos y físicos, quizás incluso astronáuticos y transgénicos. Sin caer en conjeturas un hecho resulta indudable: que la Vida supera a unos y a otros. Por eso cabe terminar afirmando, sin vacilar, que otro mundo es seguro. Podrá no ser «neoyorquino» ni «alégrense» del todo, pero será otro.

Como cantó Neruda: «No es hacia abajo ni hacia atrás la Vida.»

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