miércoles, 10 de noviembre de 2021

Futuro de la Educación en España – Salamanca 8-9 de Noviembre, 2021

 

¿Qué deberíamos enseñar y aprender en el siglo XXI? ¿Hay que elegir entre igualdad de oportunidades y la excelencia? ¿Puede España conquistar la vanguardia educativa antes de 2050? ¿Se puede alcanzar un pacto educativo de largo plazo? 

Programa: https://www.espana2050.com/educacion

Enlaces:

1) https://www.youtube.com/watch?v=2C4MtzlNY6Y

2) https://www.youtube.com/watch?v=LHxhhJ6Mtvo

3) https://www.youtube.com/watch?v=GxGVmMpm13Y

martes, 9 de noviembre de 2021

España 2050 - Educación y juventud - Resumen Ejecutivo

El segundo capítulo examina el desafío de la educación de la población más joven. A pesar  de que ha mejorado mucho, nuestro sistema educativo aún presenta un rendimiento menor que  el de la mayoría de países de nuestro entorno. Esto se aprecia, entre otras cosas, en nuestras  elevadas tasas de repetición y abandono escolar, y en nuestros resultados de aprendizaje, todavía  inferiores a los de la media de la UE-27 y la OCDE. Sin reformas de calado, estas carencias  seguirán lastrando la prosperidad del país y la vida de nuestra población. De aquí a 2050, 3,4  millones de estudiantes podrían repetir curso, 2,2 millones podrían abandonar prematuramente  la escuela, y España podría verse superada en aprendizaje y calidad educativa por países como  Portugal, Hungría o Letonia.

Para evitar este escenario, España deberá llevar a cabo reformas profundas en su sistema  educativo, aprovechando las ventajas que ofrecerán tanto la digitalización como el cambio  demográfico. Tendremos que transformar la carrera docente, modernizar el currículum, ampliar  la autonomía de nuestros centros educativos, crear un sistema de evaluación eficaz, reforzar los  mecanismos de apoyo a los colectivos más desfavorecidos, y potenciar la educación de 0 a 3  años. El objetivo debe ser conquistar la vanguardia educativa europea antes de mediados de siglo

El tercer capítulo aborda el desafío de la formación y recualificación de la fuerza trabajadora. En  las últimas cuatro décadas, España ha incrementado enormemente su proporción de habitantes  con un título terciario (universidad o FP superior) hasta converger con los países de la UE-8. Sin  embargo, sigue teniendo una proporción de personas sin formación “profesionalizante” (ESO o  inferior) excesivamente elevada (el 48% de nuestra población activa), algo que está condicionando  la productividad, el empleo, y el bienestar de todo el país. Además, nuestra población adulta    presenta un dominio de competencias básicas considerablemente inferior al de sus homólogos  europeos. Tanto es así que, en España, las personas con titulación terciaria (Universidad y FP  superior) tienen un nivel de comprensión lectora y de habilidad matemática más bajo que el de  los graduados en Bachillerato de los Países Bajos.

En el futuro, a medida que la economía del conocimiento avance, la tecnología vaya transformando  nuestro tejido productivo, la población activa disminuya, y la competencia global aumente, las  carencias mencionadas se volverán más onerosas para el país, y el hecho de contar con una fuerza  trabajadora bien formada y actualizada cobrará aún mayor trascendencia. Para no quedarse  atrás en este escenario emergente, España tendrá que reducir la población que solo cuenta  con la ESO (pasando del 40% actual al 15%), aumentar considerablemente la proporción de  personas que obtienen un título de universidad o FP superior, y poner en marcha un sistema  integral de recualificación que le permita actualizar las competencias de al menos un millón de  trabajadores (empleados y desempleados) cada año. Solo así podremos cosechar las ganancias  de productividad que necesitamos, implementar con éxito la transición ecológica, y garantizar la  sostenibilidad de nuestro estado de bienestar en el largo plazo

El mismo posibilismo debería impregnar nuestra aproximación a los desafíos de capital humano.  Para equipararse a la UE-8, España deberá hacer dos cosas: mejorar sus niveles de aprendizaje  (por ejemplo, con un aumento de 20 puntos en las pruebas estandarizadas de PISA) y aumentar  la proporción de población entre 25 y 34 años que obtiene una educación superior a la ESO  en 23 puntos porcentuales. ¿Puede hacerse? Pensamos que sí. Por dos motivos. Primero,  porque nuestro país ya cosechó unos avances en aprendizaje y cobertura similares en el pasado  reciente. Segundo, porque las transformaciones demográficas y tecnológicas que ya se están  produciendo servirán de viento de cola para lograrlo. 

De aquí a 2050, España tendrá casi un  millón de estudiantes menos de entre 3 y 24 años. Esto permitirá a nuestro país duplicar su gasto por  alumno hasta equipararlo con el que ya tiene, por ejemplo, Dinamarca sin incurrir en un  incremento significativo de su gasto público. Esta inyección de recursos, unida a la generalización  de tecnologías como el big data, nos ayudará a combatir con mayor eficacia fenómenos como  el abandono o la segregación escolar, descubrir y aprovechar mejor el potencial de la población  joven, y cosechar las ganancias de cobertura y aprendizaje que necesitamos para situarnos en la  vanguardia europea de la educación.  En lo que se refiere a la formación de la población trabajadora, lo cierto es que nuestro país ya  cuenta con las instituciones, las infraestructuras y los recursos humanos necesarios para articular  ese sistema integral de recualificación que necesita, y que lo que hace falta ahora es acometer  una serie de cambios normativos y culturales paulatinos que, en cierto modo, ya están en marcha.  Si España supo crear casi 2 millones de plazas formativas en FP superior y universidad entre  1980 y 2020, bien podrá crear un millón de puestos para programas formativos mucho más  breves de aquí a 2050, sobre todo si se vale de las tecnologías digitales y los formatos híbridos  de enseñanza. 


Distopiland

Arranquemos con cifras. The Guardian informó el 17 de septiembre de 2019 de que Los testamentos (Atwood, 2019) había vendido en cinco días más de cien mil copias en Estados Unidos. Traducida a cincuenta y cuatro idiomas, la trilogía Los juegos del hambre (Collins, 2008) lleva vendidos más de cien millones de ejemplares, sin contar los de la precuela, Balada de pájaros cantores y serpientes (Collins, 2020). La versión cinematográfica del primer volumen de la saga recaudó la nada despreciable cantidad de setecientos millones de dólares. Cuantías similares engalanan las novelas Divergente (Roth, 2011) y, algo por debajo, El corredor del laberinto (Dashner, 2009). Tras la llegada a la presidencia de Donald Trump, 1984 (Orwell, 1949) batió récord de ventas. La tónica se reproduce dentro del ámbito televisivo. La serie El cuento de la criada ganó ocho galardones de los premios Emmy en 2017, edición en la que Westworld contaba con hasta veintidós nominaciones, mientras que Black Mirror lideró el rating de audiencia de las plataformas de streaming durante seis semanas de 2018. Al año siguiente, Years and years arrasó en todo el mundo.

Los marcadores ilustran que a lo largo del siglo XXI la distopía ha dejado de ser una rama de la ciencia ficción atiborrada de títulos minoritarios y agraciada con éxitos dispersos. Se ha convertido en una moda de masas altamente rentable que suministra a los fans multitud de bestsellers, blockbusters y merchandising. Entre los consumidores más recalcitrantes de la marca distopía destacan, con permiso de los boomers de clase media, los millennials, lanzados a la adquisición fogosa de mañanas fallidos, duplicados al infinito a raíz del pelotazo comercial de Los juegos del hambre. No hay duda, visto lo visto, de que vivimos rodeados de distopías “que enganchan como un opiáceo de Purdue Pharma Inc. o una cuenta de Facebook”. Entretanto, la utopía aparece como un artículo prehistórico y soporífero, procedente de eras remotas. Sin que nadie lo lamente, se disipa.

La adicción del gran público a las historias distópicas apenas alumbra la superficie de la distopofilia que nos embarga. A poco que hurguemos, descubriremos algo que se antoja menos efímero que la moda en curso: la distopización de la cultura contemporánea. Arrastrados por las cadencias prevalentes, percibimos e interpretamos la realidad distópicamente, persuadidos de sufrir manipulaciones recónditas y de morar en las entrañas de un declive civilizatorio continuo. Siendo esto así, se entiende que en 2019 Emmanuel Macron ordenara al Ministerio de los Ejércitos alistar a escritores de ciencia ficción con el objeto de adelantarse a la aparición de entornos disruptivos. En vez de contratar a esa valiosa gente para discurrir futuros deseables y tácticas para realizarlos, Macron prefirió, extenuado por la ansiedad anticipatoria, prepararse ante males hipotéticos. Actuó igual que los miembros de las élites que destinan sumas multimillonarias a la construcción de refugios privados donde guarecerse cuando las calamidades estallen. E igual, esa es otra, que la sociedad in toto: a expensas del miedo, disparador distópico por antonomasia.

Desagradable y necesario, el miedo es el “constituyente básico de la subjetividad actual” y “el más siniestro de los múltiples demonios que anidan en las sociedades abiertas de nuestra época”. El cambio climático, el auge de la extrema derecha, el agotamiento de los recursos, el aumento de la desigualdad, el terrorismo islamista, el poder de las corporaciones y la precarización laboral lo han aupado a la categoría de turbación omnipresente e indisoluble, cualidades que transfiere a las sensaciones de inseguridad y vulnerabilidad que lo escoltan. Claro está, o debería estarlo, que el quid de la cuestión no radica en el miedo en sí mismo, una emoción humana normal. Radica en la ubicuidad suprema que ha adquirido, recíproca a su desmedida instrumentalización política. Si el miedo siempre sirvió a las órdenes de las ingenierías de control, hoy ese papel se redobla apelando a los más heterogéneos peligros. Entre los miedos que se publicitan hay unos cuantos que responden a amenazas objetivas. El resto son ideológicos e inducidos. Unos sienten miedo ante la destrucción del planeta, otros ante la llegada de inmigrantes, la pérdida del empleo, la degeneración de las costumbres, los alimentos transgénicos, el avance del feminismo, los gobiernos retrógrados o la ocupación de viviendas. El día a día revolotea alrededor del miedo.

Los atentados a las Torres Gemelas en 2001 y la bancarrota financiera de 2008 amplificaron la incidencia social y los usos políticos del miedo. El pavor despertado por el futuro desde hacía bastantes décadas se ensanchó con desmesura. La deriva milenarista y fin de siècle exhibida a las puertas del 2000 fue el anticipo de lo que iba a llegar: una época de desencanto y malestar en la que el futuro pierde su aureola y degenera en un territorio hostil, poblado con las peores pesadillas y presagios, atravesado por el sentir de que nuestras fechorías, vicios y egoísmos van a ser castigados. Dos décadas más tarde, testamos un ambiente todavía más desilusionado, subyugado por la “fascinación por el apocalipsis” y por la impresión de vivir tiempos de prórroga, ubicados después del después, en la antesala de la condena terminal, del mañana donde el orbe colapsará de sopetón. Nótese, cabría puntualizar, cómo las alocuciones integristas de la fijación apocalíptica en curso difieren de la tradicional. Los apocalipsis antiguos incluían la expectativa mesiánica de que tras el correctivo impartido por la Gran Hecatombe surgiría la regeneración en un universo purificado de las maldades pretéritas. Esperanza y miedo se sustentaban recíprocamente. En cambio, el apocalipsis presente carece de gratificación posterior al castigo. Pronuncia los versos del puro final. Sus murmullos suenan como quejidos infecundos en los bulevares de Distopiland.

Preliminares de la moda distópica actual

El filósofo estadounidense Fredric Jameson afirma que el vínculo establecido entre la marcada disminución de nuevas utopías y el aumento exagerado de todo tipo de distopías concebibles viene despuntando durante las últimas décadas. Dicha relación, me permito corregir, se remonta más atrás en el tiempo. Si bien es incontestable que la mitomanía distópica tiene en los atentados de 2001 y en la crisis de 2008 sus interruptores, no menos verdad es que remacha tendencias previas, alimentadas por los miedos que florecieron en los siglos XIX y XX. El desencanto ante las promesas ilustradas y la industrialización dieron pie a los ataques, ideológicamente dispares, de los románticos decimonónicos contra la Zivilisation, nomenclatura que designaba a la sociedad mecanicista, urbana, cientificista e individualista que estaba sustituyendo a la Kultur orgánica, rural, espiritual y comunitaria. A ojos de numerosos intelectuales del momento, la llegada de la Zivilisation condenaba a los hombres a una existencia superficial, degradada e impersonal, y a Occidente a cruzar “un proceso de deterioro, agotamiento y colapso inevitable”. La costumbre de tachar a las sociedades occidentales de decadentes y enfermas tuvo en las facciones antimodernas y/o victorianas del XIX su fuente, igual que la distopía misma, que germinó entonces.

La Primera Guerra Mundial y la Gran Depresión ensancharon el influjo del pesimismo cultural y facilitaron que las incipientes distopías ganaran adeptos y reputación. Para los eruditos despechados de la década de 1930, “la Primera Guerra Mundial, el ascenso del fascismo, la degeneración del comunismo soviético en estalinismo y el fracaso del capitalismo occidental […] eran comentarios burlones lanzados contra las esperanzas utópicas”. Su estado de ánimo era firmemente distópico.

Al terminar la Segunda Guerra Mundial, y con los totalitarismos, las bombas atómicas, los genocidios, el Gulag y la violencia de Estado ocupando el primer plano de la discusión, ya era la distopía la que acaparaba el estrellato, no la utopía, cuyas presencias editoriales descendieron hasta mínimos históricos, sin rozar nunca la resonancia obtenida por Edward Bellamy, Étienne Cabet o H. G. Wells. Estas dinámicas no cambiarían en adelante, ni siquiera en el lapso 1974-1976, cuando el feminismo, el ecologismo y la contracultura espolearon la escritura de Los desposeídos (Le Guin, 1974), Ecotopía (Callenbach, 1975), El hombre hembra (Russ, 1975) y Mujer al borde del tiempo (Piercy, 1976), utopías cruciales para la renovación del género. Su importancia no puede hacernos perder de vista que las distopías ganaron cuantitativa y cualitativamente por goleada en idénticas fechas, mientras el lozano capitalismo tardío comandaba, auxiliado por las incipientes tecnologías informáticas, el salto de los mercados nacionales al mercado global, de la economía industrial a la economía financiera, de la socialdemocracia al neoliberalismo, canjes que fraguaron el tránsito de la modernidad a la posmodernidad.


Solía haber individuos que desfilaban con carteles en que se proclamaba: “¡El fin del mundo está próximo!”. Ahora han sido reemplazados por una legión de personas serias

Distopiland cuenta con tanteos prematuros. El sociólogo Fred Polak notificó en 1953 que Occidente estaba asistiendo a la “decadencia de las imágenes utópicas del futuro, reflejo de la fe perdida en la fuerza humana y la libre autodeterminación”. Coincidiendo con el inicio de la crisis del petróleo y la publicación de Los límites del crecimiento por parte del Club de Roma, John Maddox, director de la revista Nature, auscultó los primeros indicios de la distopofilia. Corría el año 1972. Los riesgos que catapultaban el miedo en la sociedad de la época eran la superpoblación, el DDT, la ingeniería genética, la energía atómica y el agotamiento de los alimentos, amenazas rentabilizadas por la ciencia ficción catastrofista y los ensayos superventas de Paul R. Ehrlich y Barry Commoner, científicos de divulgación propensos al alarmismo sensacionalista. Con ellos en mente, Maddox decretó:


Los profetas del desastre se han multiplicado notablemente en los últimos años. Solía haber individuos que desfilaban por las calles de la ciudad con carteles en que se proclamaba: “¡El fin del mundo está próximo!”. Ahora han sido reemplazados por una legión de personas serias, de científicos, filósofos y políticos, que proclaman que hay calamidades más sutiles esperándonos a la vuelta de la esquina.


La distopización de los imaginarios tampoco pasó desapercibida a los estudiosos de la ciencia ficción. Kingsley Amis publicó New Maps of Hell (1960), compilación de ensayos que vinculaba la supremacía distópica a la consternación desatada por la Segunda Guerra Mundial y los regímenes de Hitler y Stalin. Dos años después, Chad Walsh informaba en From Utopia to Nightmare de que “el lector que busque utopías actuales, probablemente las encontrará torpes y poco convincentes. Pero si quiere pesadillas presentadas por expertos, puede elegir entre una variedad de horrores mayor que la descrita por Dante”. Premisas análogas decoraron The Future as Nightmare (1967), de Mark Hillegas, y Science Fiction and the New Dark Age (1976), de Harold Berger. Entre ambos, apareció Historia de la ciencia ficción (1971), del escritor Sam Lundway, donde leemos:


Muchos escritores de ciencia ficción son unos misántropos incurables. Esto podría ser resultado de una inclinación insólitamente pesimista o de una gran perspicacia, pero lo cierto es que pocos escritores modernos de SF hallan razones para contemplar el futuro con gran esperanza […]. El futuro resultará ser exactamente como nuestra propia época […], solo que peor. Y luego reflejan un infierno sobre la Tierra.


La cimentación de Distopiland recibió el espaldarazo definitivo el nueve de noviembre de 1989, día en que se produjo la caída del Muro de Berlín. La utopía sufrió una bofetada brutal, pues el lance parecía ratificar que los sueños de perfeccionamiento y emancipación habían fracasado donde más duele, en la práctica. El acontecimiento aglutinó simbólicamente el tropel de fracasos vividos por los movimientos revolucionarios en el pasado, fracasos que, reunidos de golpe, se manifestaron intolerables, humillantes, imposibles de procesar. Nada quedaba ahí de la dignidad y la aureola desprendidas de los reveses previos (Comuna de París, guerra civil española, Mayo del 68, Gobierno de Pinochet), capaces de dispensar orgullo e incitar el afán de revancha. En esta ocasión, la derrota era categórica. Los escombros taponaron el horizonte utópico socialista que había conferido esperanza a millones de personas. Esperanza, a decir verdad, que llegaba menguada a causa de la larga secuencia de desengaños estrenada con la naturaleza totalitaria de la Unión Soviética y prorrogada por la represión de la Primavera de Praga, las matanzas de la Revolución Cultural y el genocidio de Camboya. Quienes en otros lapsos confiaron en transformar el mundo enfermaron de estrés postraumático y sobrevivieron atormentados por el duelo y la culpa. Resentidos y desmoralizados, cooperaron en la desutopización de la conciencia política consolidada aquella jornada, como una venganza tardía por las ilusiones esgrimidas en la juventud.

La literatura distópica en América (1)

En una ciudad del futuro, que quizás es Montevideo o quizás no, las clínicas están colapsadas, las personas no salen de casa sin mascarilla, los ciudadanos más pobres se han encerrado en sus apartamentos y los más ricos han escapado a hogares de lujo fuera de la ciudad. Todo eso se asimila al 2020, pero no lo es. Las algas del río de esta ciudad costera se han tornado color rojo vivo, los peces han muerto o mutado, todos los pájaros se han ido. La comida fresca escasea y a la mayoría solo les quedan restos de carne procesada para sobrevivir. El contacto del aire exterior con la piel es lo que buscan evitar a toda costa: el viento es rojo y puede despellejar los cuerpos, dejando en carne viva a las personas. “En la tele decían que la contaminación se había extendido, pero no informaban a dónde,” dice desde su cuarentena la narradora de Mugre Rosa (Literatura Random House), una nueva novela distópica de la escritora uruguaya Fernanda Trías. “Era noviembre del año pasado, digo, y la epidemia no daba señales de mejorar.”

La literatura de ciencia-ficción latinoamericana, que durante décadas estuvo eclipsada por el boom del realismo mágico, ha ganado en los últimos años un espacio más digno entre varios autores y editoriales que hasta hace poco estaban solo dedicados al realismo, o que consideraban la ciencia-ficción como algo solo para jóvenes. “Al menos en los últimos cinco años hemos puesto mayor empeño en promover el catálogo de ciencia-ficción”, asegura a Babelia Eloísa Nava, editora de Random House, que, al igual que sus colegas, ha recibido en ese tiempo más manuscritos de lo usual con elementos de ciencia-ficción. Los editores, explica Nava, también han sido también cada año más receptivos a publicarlos. “¿Por qué? Es una mera intuición, pero el éxito que las series en HBO, Netflix, Amazon, etc., de ciencia-ficción y fantasía han tenido entre el público atrajo la atención de los editores hacia esas temáticas muchas veces denostadas”.

La novela de Fernanda Trías es solo un ejemplo entre varios libros distópicos preocupados por el futuro del planeta y que han salido en el último año en editoriales como Random, Alfaguara, Periférica, Planeta o Almadía: está Tejer la oscuridad (Literatura Random House), la última novela del mexicano Emiliano Monge, que imagina un mundo en 2033 en el que ya no tendremos capa de ozono y el hirviente calor duplicará a los seres humanos en dos; está también Sinfín (Literatura Random House), del argentino Martín Caparrós, en el que gran parte de los seres humanos en 2070 ya habrán alcanzado la inmortalidad; y está Aún el agua (Seix Barral), del colombiano Juan Álvarez, que avanza hacia 2232 y donde el agua escasea en buena parte de la tierra y un grupo de mujeres jóvenes debe cruzar una cortina tóxica para restablecer el ciclo hidrológico entre dos sectores del planeta que están divididos.

“En algún punto la humanidad va a tener que plantearse la gran masacre de las otras especies”, explicó Fernanda Trías a una estación de radio en Uruguay cuando se publicó su libro en su país (Random House lo publicará en el 2021 en el resto del continente y en España). Trías, al igual que Monge o Álvarez, escribieron sus novelas antes de que el coronavirus transformará nuestra vida diaria. Más que estar preocupados por la pandemia o el desarrollo de la tecnología punta –como lo hacían los clásicos de la ciencia-ficción anglosajona, desde el Frankenstein de Mary Shelley a ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de Philip K. Dick–, en estas nuevas novelas lo que hay es una profunda preocupación por la degradación del medio ambiente. “No existe tal cosa como la imaginación privada en la literatura. Es comunal”, explica Emiliano Monge sobre la razón por la que varios escritores como él están explorando con la ciencia ficción. “Son muchas imaginaciones llegando a lo mismo por intuición, porque compartimos este planeta, compartimos angustias”.

“La ciencia-ficción será el nuevo realismo”, dijo hace dos años el escritor boliviano Edmundo Paz Soldán, pensando en el género literario y cómo la distopía y la actualidad cada día se acercan más. “Nos puede ayudar a narrar los cambios individuales y sociales que están ocurriendo gracias al impacto de los nuevos medios y tecnologías”. Paz Soldán, gran lector y escritor de ciencia-ficción, ha experimentado con este género antes que sus contemporáneos, combinando lo distópico con las ecotragedias: su celebrada novela Iris (Alfaguara, 2014) también se preocupaba por la destrucción del medio ambiente, pero más específicamente por la explotación minera en América Latina, pintando un mundo posapocalíptico en guerra.


El ascenso del new weird


“Quizás antes había una mirada más condescendiente hacia la ciencia-ficción,” dice Paz Soldán, que al igual que otros escritores y editores consultados, considera que la nueva ciencia-ficción latinoamericana se diferencia de la tradicional anglosajona por ser más flexible y combinar distintos registros, como el terror o lo gótico. “En general, en Latinoamérica los géneros nunca han sido muy cerrados como en otros lugares, hay mucha flexibilidad y no hay tanto escritor de género”, explica Soldán. “EE UU tiene un mundo editorial mucho más segmentado, tienes submundos enteros dedicados a la ciencia-ficción.”

El mexicano Alberto Chimal es otro de los autores con una larga trayectoria -cinco novelas y más de 20 selecciones de cuentos- dedicada a la literatura fantástica y de ciencia-ficción. También coincide en que efectivamente se puede hablar de unos rasgos característicos del género en Latinoamérica: “Nuestra especulación está más cerca del cambio social o político que del tecnológico. A la vez, nuestras proyecciones de mundos futuros son más amplias y no están tan prototípicamente influidas y condicionadas por el norte occidental”. Como ejemplo del chovinismo distópico estadounidense, pone una escena de la película Independence Day. “Todos los ejércitos del mundo están preparados para responder al ataque alienígena. Pero todos esperan la señal de los Estados Unidos. Sin embargo, hay muchas obras recientes donde el norte global no aparece para nada, como El Gusano, de Luis Carlos Barragán, donde todo sucede en Colombia; o en los cuentos mexicanos de Andrea Chapela”.

Asibles, perfiladores y otras máquinas del ingenio (Almadía) es el título de la selección de cuentos de Chapela, donde abunda la chatarra high-tech del futuro incrustada en el cuerpo humano y una Ciudad de México que ha vuelto a convertirse en un lago tras un diluvio que nunca termina. “Algo está sucediendo en Latinoamérica. Se está escribiendo más ciencia-ficción como una manera de hacer literarias las metáforas de nuestro día a día. Nos estamos apropiando del género después de ser muy reactivos a las tendencias anglosajonas. El ciberpunk, por ejemplo, llegó a aquí en los noventa, una década más tarde”, sostiene la autora mexicana.

“En Latinoamérica, la ciencia-ficción ha derivado en otro tipo de mezclas, o en otro tipo de hibridez con otros géneros”, dice en la misma línea Rodrigo Bastidas, director colombiano de la Editorial Vestigio, que trabaja con nuevos autores de ciencia-ficción. Uno de ellos es El Gusano, de Luis Carlos Barragán, en el que las personas prefieren no tocarse porque sus cuerpos y sus conciencias pueden fusionarse. “Es una idea política en relación con el aumento de ideas de ultraderecha, xenofóbicas y homofóbicas”, explicó Barragán en una entrevista reciente. “Si la gente se puede fusionar, si la gente puede tener partes de las personas que odia, no se puede odiar más a los otros”.

Esta mezcla de géneros de la que habla Bastidas, que puede catalogarse como new weird, combina la ciencia-ficción clásica con el bizarro o el terror, y sobre todo con un interés más amplio por la ciencia. “El new weird en América Latina está proponiendo, a diferencia de la ciencia-ficción clásica, no atarse de manera tan fuerte a las ciencias duras como la biología, la química, las matemáticas,” dice Bastidas, “sino que está preocupándose mucho más por las ciencias humanas como la antropología, la sociología o la política”.

En el planeta seco del mexicano Emiliano Monge, por ejemplo, hay una búsqueda de los personajes de la lingüística quechua hecha con quipus; en el mundo gobernado por ciborgs de Ygdrasil (Plaza & Janés), del chileno Jorge Baradit, hay un retorno a la sabiduría indígena de chamanes Mapuches; en Habana Underguater, del cubano Erick J. Mota, las deidades yorubas exploran las redes del ciberespacio; en los cuentos de Nuestro mundo muerto, de la boliviana Liliana Colanzi, hay ruinas incas donde “algunas noches bajan naves espaciales” o una cholita a quien, tras comerse unos cactus en el desierto, “se le desvela la fecha en la que el planeta y el universo serán destruidos por una tremenda explosión”.

“¿Por qué no decir que los chamanes son científicos?”, plantea Bastidas. “Hay una epistemología científica que siempre se ha tenido en cuenta para la ciencia-ficción, que es la epistemología occidental: ciencias, matemáticas, etc. Las ciencias duras. Pero ahorita hay una revaluación de otro tipo de epistemología, como las epistemologías de los pueblos originarios, otras formas de entender el mundo, que son otras formas de ciencia no-occidentales, como formas de ciencia otras, como lenguajes científicos.”

El rescate de los olvidados

El escritor Paz Soldán ha percibido también cómo en Latinoamérica, si bien hay más interés en la ciencia-ficción, no ha sido en dirección de crear “óperas espaciales” como la serie Star Trek, donde imaginan viajes interplanetarios. En ese sentido hay un tipo de relación muy distinta con la tecnología desde que se empezó a hacer ciencia-ficción. “En Latinoamérica somos un continente donde la ciencia no la creamos sino que la recibimos, como si fuéramos espectadores pasivos”, dice Paz Soldán. “Se trata también de ver cómo representamos la ciencia, no verlo desde punto de vista sociológico, sino cómo trabaja en nuestra conciencia, en nuestra subjetividad”.

Anterior al realismo, o incluso al realismo mágico del siglo XX, pocas editoriales trabajan únicamente con ciencia-ficción. Excepciones fueron Minotauro, en México, creada por el escritor Francisco Porrúa en 1955, que tradujo Crónicas marcianas de Bradbury y luego otros trabajos por Ursula K. LeGuin o Philip K. Dick. Aunque ya desde finales del XIX autores latinoamericanos comenzaron a fijarse en el canon fijado por Edgar Allan Poe o los decadentistas franceses y sus intentos de construir entornos artificiales, pocos de los pioneros que intentaron imitar la ciencia-ficción anglosajona alcanzaron el reconocimiento que lograron otros más cercanos a la literatura fantástica.

Uno de esos pocos autores conocidos en el género a principios del siglo XX fue el argentino Leopoldo Lugones, que escribió varios cuentos de ciencia-ficción. “He descubierto la potencia mecánica del sonido”, revela uno de sus personajes en un cuento de 1906 que construye un extraño aparato para convertir la música en material. Clemente Palma, el hijo del escritor peruano Ricardo Palma, escribió la novela XYZ en 1934, en la que la ciencia logra crear clones de personajes del cine. Incluso esos clásicos rechazados de principios del siglo, en algunas editoriales independientes, han tenido más atención en los últimos años.

“Se nos ha agotado varias veces”, cuenta Felipe González, director de la editorial colombiana Laguna Libros, sobre la reedición de Barranquilla 2132, un libro escrito en 1932 en el que un doctor despierta en la ciudad de Barranquilla después de 200 años de hibernación voluntaria. El médico llega a explorar un mundo en el que los carros han sido reemplazados por las avionetas, las mujeres se visten igual que los hombres (una sorpresa desagradable para el narrador de 1932) y “las máquinas habían terminado por desalojar a los obreros”. El libro fue un fracaso rotundo cuando salió en los treinta, pero en la última década a Barranquilla 2132 le fue mucho mejor: se imprimió ya tres veces, un gran logro para una pequeña editorial como Laguna.

González, al igual que otros editores, considera que la ciencia-ficción se había entendido antes solo como “literatura juvenil” –como los libros de Harry Potter, que más que ciencia-ficción son fantasía– y empieza poco a poco a entenderse como literatura para adultos. Pero admite que ahora que hay más interés por lo bizarro, lo gótico o lo distópico, cada vez le parece más difícil llamarlo solo ciencia-ficción. “Todos los autores que hemos publicado, sobre todo las autoras latinoamericanas, están explorando más con los libros en categorías que son inclasificables”. Dos ejemplos recientes de esta nueva y celebrada ola son Mariana Enriquez, premio Herralde 2019 con Nuestra parte de noche, una novela a la vez social y fantasmagórica. Y Mónica Ojeda, finalista de la Bienal de Novela Vargas Llosa con su última novela y con un nuevo libro de relatos gótico-andinos, Las voladoras (Páginas de Espuma), a punto de publicarse en Latinoamérica.

El último libro de cuentos del autor mexicano Yuri Herrera, Diez Planetas, también combina muchos de los elementos de esta nueva ciencia-ficción latinoamericana: una preocupación por la lingüística, los efectos de la tecnología en nuestra psique o la destrucción del medio ambiente. En el cuento ‘Los últimos’, un hombre llamado Reu atraviesa el océano Atlántico, que de océano le queda muy poco. “El mar se había comido la tierra y la basura se había comido el mar’’, dice el narrador. Reu camina durante dos años para escapar de nuestro planeta, para encontrar una nave que lo lleve hasta los límites del sistema solar donde existe “un lugar habitable”. Un nuevo planeta “donde casi se podía vivir bien”. 

La ciencia ficción latinoamericana vive un renacimiento entre los autores y editoriales más reconocidos de la región

CAMILA OSORIO – DAVID MARCIAL PÉREZ

27 NOV 2020 - 00:30 CET

El País

jueves, 18 de marzo de 2021

Necropolítica – Achille Mbembe

La nota de la editorial da cuenta de su contenido, indicando que el "nuevo capitalismo del siglo XXI se rige por la «necropolítica» y el «gobierno privado indirecto». Ahora impera una nueva concepción de la soberanía: la de aquellos actores internacionales que deciden quién debe vivir y quién debe morir en un momento dado, atendiendo a criterios estrictamente económicos.  Y las nuevas guerras, en consecuencia, son actos bélicos nomádicos que realizan empresas privadas –en connivencia o no con los Estados, poco importa...– que no buscan obtener territorio ni someter a las poblaciones; tan sólo afianzar recursos estratégicos y obtener beneficios inmediatos a cualquier coste.

La necropolítica  ha conseguido transformar a los seres humanos en una mercancía intercambiable o desechable según dicten los mercados. Esta nueva forma de gestión de las poblaciones –quizás más evidente en el denominado tercer mundo y, en particular, en el continente africano– es un paso más respecto de la «biopolítica» enunciada por Foucault. Una nueva manera de entender la realidad en la que la vida pierde toda su densidad y se convierte en una mera moneda de cambio para unos poderes oscuros, difusos y sin escrúpulos."

Traducción y edición a cargo de Elisabeth Falomir Archambault 



«Ensayo interesante, ameno y claro, valiente y que invita a la reflexión...» - Joseph B Macgregor

«El camerunés Achille Mbembe es autor de una obra innovadora, que ha logrado abrirse paso gracias a teorías como la del gobierno privado indirecto y la de necropolítica» - Luz Gómez García, Babelia

«Necropolítica: el estado en el que queda la política a su paso por las periferias del mundo globalizado» - Santiago Caneda Lowry, 

sábado, 6 de marzo de 2021

¿Qué hacemos con la lengua helena?

Las 12 guerreras que luchan para que la asignatura de griego sobreviva

Unas estudiantes de Sevilla se movilizan para que la materia no desaparezca de su instituto y para reabrir el debate sobre la importancia de las Humanidades en la educación

SANTIAGO CAÑAS BONCI

Sevilla - 05 MAR 2021 - 12:32 CET

La profesora Encarnación Yáñez les contó a sus únicas 12 alumnas de Griego que seguramente fueran el último grupo que recibiría la asignatura en su centro, el IES Néstor Almendros de Tomares (Sevilla). Al ser una optativa del Bachillerato de Humanidades es necesario llegar a un mínimo de 15 solicitantes para que se conforme el grupo de la materia. A estas chicas de 2º de Bachillerato les pareció tan “injusta” esa posibilidad que se pusieron manos a la obra: publicaron un escrito en la plataforma change.org detallando su protesta “por la situación de la asignatura de Griego”. Han recabado más de 6.500 firmas y el apoyo de otros institutos y alumnos a través de las redes sociales y de la Real Academia de Bellas de Artes de San Fernando que, en una misiva al director del centro, ha avisado de que llevara el asunto a la próxima reunión del Instituto de España. La iniciativa de las chicas trata de poner otra vez sobre la mesa el debate de las lenguas clásicas en la Educación Secundaria.

Las clases de Griego de las chicas comenzaron en Primero de Bachillerato con 16 alumnos. Pero cuatro de ellos ―solo dos chicos―, abandonaron. Este año no se ha formado grupo de la materia helena en ese nivel al haberse inscrito solo seis estudiantes, indica la dirección del centro. Ahora, antes de irse, quieren dejar su huella para que los que vengan puedan disfrutar igual que lo han hecho ellas.

En círculo y a modo de clase peripatética, Sara Romero, que hace las veces de portavoz, explica: “Estamos muy unidas con la asignatura. Si no luchábamos nosotras, ¿quién lo iba a hacer?”. El director del IES Néstor Almendros, Juan Eduardo Escalona, comprende la iniciativa de las alumnas, pero señala que ellos “se rigen por las normas de la Consejería de Educación”. Y añade: “Siempre la ofertamos, pero los alumnos no se decantan por ella. Si son solo seis alumnos no podemos destinar un profesor a eso. Con 12 hemos hecho el esfuerzo, pero no hay horas ni profesorado. No solo con Griego, con todas, y no se puede tratar de forma distinta a una asignatura que al resto”. Desde el Ministerio de Educación señalan que “la materia de Griego está presente en el currículo de Humanidades y no hay previsión de cambio a este respecto”.

El primer contacto de los estudiantes de Secundaria con las lenguas clásicas es con la asignatura de Cultura Clásica, que se oferta de 1º a 4º de la ESO, pero que puede no cursarse si no se alcanza un cupo mínimo que establece cada comunidad. La Sociedad Española de Estudios Clásicos (SEEC) lleva años luchando para que no desaparezcan de la Secundaria las materias clásicas. “Queremos que al menos una de las asignaturas de Humanidades tenga una o dos horas obligatorias en la Secundaria. Todas las especialidades lo tienen excepto las nuestras”, reclama su presidente, Jesús de la Villa. Sin embargo, en las negociaciones para la nueva ley educativa, y tras conversar con todos los partidos políticos, no lo consiguieron. Educación indica que, en el desarrollo de la ley, “se está valorando esta petición, junto con las de otras organizaciones de otros ámbitos”.

Antonio Cabrales, profesor de Economía de la Universidad Carlos III de Madrid considera “razonable que se limite la oferta si no hay una demanda mínima, siempre y cuando se den alternativas al alumno”. Juan Luis Rubio, profesor de las asignaturas de Economía de la Educación y Legislación Educativa en la Universidad de Sevilla advierte de que “algunas asignaturas dependen del juego de la oferta y la demanda, que sirve en la economía pero no en la enseñanza. Quizá sea posible hallar una opción que, sin satisfacer por completo a ninguna de las partes, alcance al menos a lograr que la materia no desaparezca”. Educación aduce que, como alternativa, “la ley prevé que la materia se pueda cursar en otro centro o a distancia”.

Según De la Villa, la ley Celaá, la primera que no menciona el Latín y el Griego desde la Ley Moyano de 1857, tiene un aspecto que empeora a la anterior: “Crea un itinerario general en Bachillerato, donde irá el grueso de los alumnos y que pretende eliminar las especializadas”. La SEEC estima que, si no se apoyan estas materias, en un plazo de 12 a 15 años prácticamente no se impartirán lenguas clásicas en ningún centro de España.

Sin embargo, prosigue De la Villa, “el problema actual procede de la Lomce, cuando el Griego empezó a ser sustituible en Humanidades, y sobre todo de su aplicación en cada centro. En algunos no se ofrece el Griego, cosa que es ilegal y se ha llevado a los tribunales. También hay institutos donde hay profesor para impartirla y alumnos que quieren, pero no se llega al mínimo y no se da la clase. En otros, la dirección decide que como el número es pequeño, los profesores de Griego pasan a dar asignaturas afines”.

Esto lo conoce de primera mano Rosa Mariño, profesora de Griego desde hace 30 años, ahora en el IES Gregorio Marañón de Madrid. “Todos los años tengo alumnos que vienen de otros centros donde no tienen la posibilidad de cursarlo. Incluso me consta, por ellos, que ya antes del Bachillerato les comunican que no habrá Humanidades”. Esto le pasó a Lola Rodríguez, una de las chicas del Néstor Almendros, que fue a parar a este instituto exclusivamente por Latín y Griego, ya que, ni en Palomares del Río, de donde venía, ni, irónicamente, en el IES Ítaca, también de Tomares, le daban la posibilidad.

Más al norte, en Asturias, Dolores Utrera es la profesora de Griego del IES Virgen de Covadonga, en El Entrego, en la cuenca del río Nalón: “Yo imparto Griego, donde tengo 3 alumnos, Latín y Cultura Clásica. Puedo dar las tres porque mi instituto es pequeño y no hay tantos alumnos”. Utrera explica que “las enseñanzas de Secundaria no están destinadas a formar profesionales, sino a que los estudiantes tengan un conocimiento más completo del mundo que los rodea”. Además, cree que el desprestigio de la sociedad hacia las Humanidades se debe a “una tendencia excesiva a la practicidad de las asignaturas, que es más difícil de explicar en el caso de las clásicas”. Incluso algunos alumnos tienen que luchar contra la voluntad de sus padres, como le sucedió a Yáñez cuando se decidió por la carrera de Clásicas.

Todas las chicas del Néstor Almendros coinciden en que estudiar las lenguas clásicas les aporta valores imprescindibles para la vida. Muchas veces han sufrido comentarios como: “¿Para qué estudias eso si no sirve para nada?”. “Prefiero estudiar lo que me gusta a lo que, supuestamente, me va a dar más dinero”, contesta Lucía Bertolucci.

“No queremos atacar a nadie. Queremos que no se le niegue la materia a ningún alumno. Si no se puede por ley, al menos que esto fomente que otros se lo piensen y así se llegue al mínimo”, insisten las chicas. “Hay gente que nos dice que si solo 12 personas han elegido la asignatura será por algo. No es así: no la escogen porque no la conocen. Si no sabes que una materia es tan bonita, ¿cómo vas a elegirla?”, reflexiona Lola.

jueves, 11 de febrero de 2021

Diseñando la medida de la calidad en la FP Dual europea

 El Proyecto Erasmus+ KA202 - Asociaciones Estratégicas de Formación Profesional "The Quality of DualVET", surge tras la necesidad detectada de medir la calidad de la Formación Profesional Dual y de realizar una evaluación objetiva del proceso de aprendizaje que se está desarrollando sobre todo en los países incipientes en este sistema de Formación Profesional.

Estas necesidades son detectadas tras los contactos entre Escuelas de Formación Profesional en Italia y España con las Administraciones Públicas Educativas, quien sobre todo en Andalucía les apoya para poder llevar a cabo este Proyecto. Para poder conseguir los objetivos planteados en este Proyecto el coordinador del Proyecto, IES Hermanos Machado de Sevilla (España) consideró necesario incorporar como socios a los siguientes perfiles:

Entidades que puedan desarrollar un trabajo de Investigación, análisis y redacción pedagógica (Universidades) Universidad de Sevilla y Universidad Federico II de Nápoles

Entidades privadas que además de aportar su visión y opinión al Proyecto como empresa que es, cuenten en su plantilla con profesionales con experiencia en Proyectos de Asociaciones Estratégicas de Formación Profesional y entre sus actividades y objeto social se encuentre el asesoramiento y formación a empresas de diferentes sectores de actividad.

Empresas privadas Vocational Educatión and Training, S.L. de Sevilla (España) y Bildungswerk der Niedersächsischen Wirtschaft Gemeinn, GmbH, de Baja Sajonia (Alemania)

Escuelas de Formación Profesional con más o menos experiencia en Formación Profesional Dual. (Escuelas Públicas de Formación Profesional) Iti Renato Elia de Salerno (Italia)

Berufsbildende Schulen des Landkreis de Osnabrück (Alemania).

The Quality of DualVET se diseña por tanto contando con socios de países incipientes en el modelo Work Based Learning (WBL) y de unos socios que pertenecen a un país donde estas enseñanzas profesionales están afianzadas con éxito desde hace muchos años y que por tanto pueden aportar sus conocimientos y experiencias en un ámbito práctico no sólo de implantación de este Sistema sino también en su Gestión de la Calidad y Evaluación del mismo.

El Proyecto contempla dos Resultados Intelectuales:

Guía de Evaluación y de la Calidad de la FPDual ES una Guía de evaluación de todos los agentes participantes en los Proyectos de Formación Profesional Dual, estableciendo criterios de calidad de acuerdo a los descriptores EQAVET que deben cumplir estos agentes y de otros recursos necesarios para el éxito del Proyecto como son: Los Centros Educativos, las Empresas, la Formación de los Estudiantes, los Itinerarios formativos   diseñados inicialmente y la Inserción Laboral de los Aprendices.

Herramienta Digital para la Evaluación y la Calidad de la FPdual Se desarrollará una aplicación web que sirva de soporte digital del Resultado Intelectual Guía de Evaluación y de la Calidad de la FPdual. De esta forma esta herramienta se utilizará no sólo por parte de los agentes sino además desde cualquier lugar y consultable en diferentes momentos.

Para conseguir estos dos Resultados Intelectuales se llevarán a cabo diferentes actividades y todas encaminadas siempre al cumplimiento de los Planes de Gestión, Calidad, Testeo y Difusión. Entre estas actividades se encuentran, las reuniones transnacionales de los socios, actividad de aprendizaje, enseñanza y formación en Alemania, sesiones formativas a los colaboradores interesados y evento multiplicador. Como impacto inmediato del Proyecto, los socios intercambiarán buenas prácticas, serán asesorados por expertos de Alemania, podrán ver su sistema educativo de forma crítica e identificar fortalezas y debilidades. Podrán aplicar las nuevas ideas y conclusiones sobre la medición de la calidad y de las evaluaciones en su trabajo diario relativo a la FPdual y podrán poner en marcha los procedimientos para incorporarlos a sus Planes Formativos de FPdual.

A medio plazo los Itinerarios Formativos de las Universidades incluirán las conclusiones de la Guía de Evaluación y de Calidad de la FPdual. A largo plazo y al ser una herramienta digital innovadora, existe un compromiso de la autoridad pública educativa que los dos Resultados Intelectuales podrán ser incorporados a los Procedimientos de control, seguimiento y evaluación de los Programas Formativos de FPdual que se lleven a cabo en sus regiones y países. El Proyecto The Quality of DualVET complementa resultados a los Proyectos: Erasmus+ KA2 "EQAVET in practice" 2015-1-SE01-KA202-012245 y al Proyecto Erasmus+ KA2 “Dual-Vet partners in Europe” 2017-1-ES01-KA202-038512.

miércoles, 27 de enero de 2021

La Universidad Europea planea por primera vez en España un ERE a profesores - El País

El fondo de inversión que gestiona la institución privada afirma que con los 275 despidos se adapta al mundo virtual. Los docentes imparten menos horas de clase porque el resto son enlatadas

En noviembre de 2020, técnicos del Ministerio de Universidades reunidos en charla informal con la prensa fueron muy claros: resulta “estupendo” que un fondo de inversión gane dinero con la gestión de una universidad, pero antes que nada debe de preocuparse de que sus alumnos reciban una educación superior de calidad en una institución que imparta docencia, investigue y difunda su conocimiento. Apenas dos meses después de este encuentro virtual, la Universidad Europea (UEM), que apenas investiga, negocia con su comité de empresa un Expediente de Regulación de Empleo (ERE) a 275 trabajadores (la mayoría profesores).

Los despidos, si no se frena el proceso, van a llegar dos años después de que un fondo de inversión, el británico Permira, cogiese las riendas de una universidad española por primera vez en la historia. Y Permira hace también historia con su ERE, porque no ha habido otro al colectivo docente antes (la Politécnica de Madrid hizo uno a su personal de servicios en 2013). Las palabras de los técnicos del ministerio, sin duda, iban dirigidos a la Europea, pues solo hay otra universidad privada, la Alfonso X el Sabio, que ha pasado a manos de un fondo de inversión.

El decreto para frenar las “universidades chiringuito” levanta las primeras ampollas

Laureate Education, que se define como la mayor red global de instituciones académicas de educación superior del mundo, vendió en el primer semestre de 2019 por 770 millones de euros la Universidad Europea de Madrid, la Universidad Europea de Valencia, la Universidad Europea de Canarias y otros dos centros de Portugal ―la Universidad Europea en Lisboa y el Instituto Português de Administração de Marketing― a Permira. En total, un negocio con 26.000 estudiantes. Fueron muchos los fondos interesados y siete llegaron a la recta final.

El ERE se entiende dentro de “un proceso de modernización del modelo educativo y de gestión en respuesta a la clara evolución del sector”, explica la universidad a este diario, “y ello implica la transformación y digitalización de la organización”. En ningún momento Permira alega motivos económicos ―no puede hacer un ERE en ese caso sin pérdidas― sino de “reorganización” de su estructura.

“Bajo la dirección de Permira, estas instituciones mantendrán el énfasis en seguir brindando una enseñanza de alta calidad, proporcionando experiencias de aprendizaje nuevas e innovadoras”, prometió Pedro López, director de Permira en España. Y esas “experiencias de aprendizaje nuevas e innovadoras” han derivado, explican los profesores, en que cada uno de ellos preparó el curso pasado “materiales digitales”. En una plataforma cada docente tiene su “bloque digital” compuesto por lecciones enlatadas, ejercicios y vídeos que ha generado que equivalen a las 12 horas de clase que ha dejado de impartir.

En una carta, presidencia explica a la plantilla que han dejado de ofertar las asignaturas de menos demanda y han “sacado del porfolio 118 programas e incluido 91 nuevos”. Enrique Corrales, del sindicato USO y presidente del comité de empresa, asegura que esa cifra “está muy hinchada”, pues incluye cursos de expertos, grados que hace cinco años se extinguieron u otros que han cambiado de nombre.

La UEM cuenta a este diario que ha invertido 3,7 millones en digitalizar 292 aulas con equipamiento tecnológico y otros 4,7 millones en el portal del estudiante y otros servicios para “reducir paulatinamente la burocracia”. “Hemos pedido las facturas y no nos las han entregado porque la digitalización la hemos hecho nosotros con nuestro esfuerzo”, relata Corrales. “Nos han rebajado los créditos [horas de clase] por los bloques digitales y los alumnos se quejan porque no pueden interactuar con el profesor, preguntarle las dudas”, continúa el profesor y sindicalista. Cada universitario paga entre 1.100 y 1.200 euros al mes de matrícula y las clases se imparten presencial y online.

La Asociación de Estudiantes de Psicología ha mostrado su descontento en un comunicado. Aseguran que se matricularon atraídos por la interacción con los profesores y recuerdan a la universidad que ellos siguen pagando las cuotas de matrícula mensuales y que, llegado el caso, podrían denunciar por incumplimiento del contrato si todo se pasa a virtual.

La universidad no certifica la subida de alumnos este curso que el comité la cifra en un 7%, provocado en su opinión por el interés de estudiantes extranjeros en las enseñanzas en remoto. “Están aprovechando el momento de la pandemia para la digitalización y cuando termine ofrecer blended (mezcla), clases presenciales y online”, continúa Corrales, quien asegura que en 2019 la empresa creció un 8%.

Los campus tendrán dificultades para cumplir los requisitos de calidad científica en la criba de calidad que prepara el ministro Manuel Castells. En 2019 apenas se defendieron 13 tesis en la sede madrileña y ninguna en las otras dos universidades, que son muy jóvenes y ni siquiera tienen programas de doctorado (van a estar forzados a ofertar al menos tres).

Fe de erratas. En una versión anterior se afirmaba que los alumnos recibían solo clases online desde el confinamiento, cuando existe también la modalidad presencial.

EL PAÍS. ELISA SILIÓ. Madrid - 22 ENE 2021 - 09:41 CET

Eectos económicos y académicos de la pandemia - Ana Torres Menarque

Primer ERE en una universidad privada en España y primeras evidencias de mayores suspensos en alumnos de 14 años.

Los efectos económicos y académicos de la pandemia comienzan a causar estragos

Primer ERE en una universidad privada en España y primeras evidencias de mayores suspensos en alumnos de 14 años

El covid empieza a calar en la base de los sistemas educativos, tanto en lo que afecta a los alumnos más adolescentes como a los cimientos de algunas universidades. Esta semana hemos conocido que los estudiantes madrileños de tercero de la ESO sujetos a la semipresencialidad han obtenido peores notas que en años prepandémicos, con un 20% más de suspensos. Por otro lado, la Universidad Europea (UEM), que apenas investiga, negocia con su comité de empresa un Expediente de Regulación de Empleo (ERE) a 275 trabajadores (la mayoría profesores), el primero al colectivo docente (la Politécnica de Madrid hizo uno a su personal de servicios en 2013).

La pandemia ha pillado a los alumnos de Secundaria en plena adolescencia, una etapa en la que los factores socio-emocionales, afectivos y de referencia cobran una importancia primordial y median en todos los procesos cognitivos, explica Marta Delgado, orientadora educativa en el instituto Juana de Castilla. “El problema que nos encontramos ahora es la desmotivación, que se descuelguen, es complicado”, añade Esteban Álvarez, presidente de la asociación de directores de centros de secundaria de la región madrileña.

Volviendo a la educación superior, otro de los grandes temas de la semana ha sido el publicado por la sección de Ciencia de EL PAÍS en el que se plantea si las universidades son focos de supercontagio. Mientras los representantes de los estudiantes abogan por mantener de forma telemática la actividad ante el aumento de contagios y la falta de “adaptación”, en su opinión, de las instalaciones, los responsables de las instituciones académicas defienden que “son espacios seguros”. Por otra parte, dos estudios han abordado la situación: en uno, investigadores de Stanford admiten el riesgo de que las facultades sean focos de supercontagio; pero estos científicos y otros de la Universidad de Harvard concluyen que se puede y se consigue conjurar esta amenaza.

El protagonismo en cuanto a actualidad sigue en el terreno universitario. Los erasmus del Reino Unido eligen España como primer destino y los españoles las islas británicas como segundo (tras Italia y por delante de Alemania). Pero el curso 2021-2022 será el último (salvo en Irlanda del Norte) en el que se intercambien alumnos bajo este formato que ha permitido a 100.000 británicos estudiar en una universidad de la Unión Europea entre 2014 y 2020. ¿Y ahora qué? Desde que el Brexit se votó en 2016, las universidades del Reino Unido han tejido un plan b a través de redes de colaboración con homólogas europeas para salvar el Erasmus+ si los políticos no se entienden (y de momento, no lo han hecho).

En palabras del redactor jefe de Opinión de EL PAÍS, Andrea Rizzi, “la renuncia británica a permanecer en el programa educativo revela el escaso valor que otorga a la presencia de estudiantes extranjeros y un optimismo que roza la fe sobre las ventajas de ir solos".

ANA TORRES MENÁRGUEZ

viernes, 22 de enero de 2021

«The Hill We Climb» – Amanda Gorman

 Mr. President, Dr. Biden, Madam Vice President, Mr. Emhoff, Americans and the world, when day comes, we ask ourselves where can we find light in this never-ending shade? The loss we carry, a sea we must wade. We braved the belly of the beast.

We’ve learned that quiet isn’t always peace, and the norms and notions of what just is, isn’t always justice. And yet the dawn is hours before we knew it, somehow we do it, somehow we’ve weathered and witnessed a nation that isn’t broken but simply unfinished.

We, the successors of a country and a time, where a skinny Black girl descended from slaves and raised by a single mother can dream of becoming president, only to find herself reciting for one.

And yes, we are far from polished, far from pristine, but that doesn’t mean we are striving to form a union that is perfect. We are striving to forge our union with purpose, to compose a country committed to all cultures, colors, characters and conditions of man. And so we lift our gazes not to what stands between us but what stands before us. We close the divide, because we know to put our future first, we must first put our differences aside.

We lay down our arms so we can reach out our arms to one another. We seek harm to none and harmony for all. Let the globe, if nothing else, say this is true, that even as we grieved, we grew. That even as we hurt, we hoped.

That even as we tired, we tried. That we’ll forever be tied together, victorious, not because we will never again know defeat, but because we will never again sow division.

Scripture tells us to envision that everyone shall sit under their own vine and fig tree, and no one shall make them afraid.

If we’re to live up to our own time, then victory won’t lighten the blade, but in all the bridges we’ve made, that is the promise to glade, the hill we climb if only we dare, it’s because being American is more than a pride we inherit. It’s the past we stepped into and how we repair it.

We’ve seen a force that would shatter our nation rather than share it, would destroy our country if it meant delaying democracy.

And this effort very nearly succeeded. But while democracy can be periodically delayed, it can never be permanently defeated. In this truth, in this faith, we trust. For while we have our eyes on the future, history has its eyes on us.

This is the era of just redemption. We feared at its inception. We did not feel prepared to be the heirs of such a terrifying hour, but within it we found the power to author a new chapter, to offer hope and laughter to ourselves.

So, while once we asked, “how could we possibly prevail over catastrophe?”, now we assert, “how could catastrophe possibly prevail over us?” We will not march back to what was, but move to what shall be, a country that is bruised but whole, benevolent but bold, fierce and free. We will not be turned around or interrupted by intimidation.

Because we know our inaction and inertia will be the inheritance of the next generation. Our blunders become their burdens. But one thing is certain. If we merge mercy with might and might with right, then love becomes our legacy, and change, our children’s birth right.

So let us leave behind a country better than one we were left with, every breath from my bronze-pounded chest, we will raise this wounded world into a wondrous one. We will rise through the gold-limbed hills of the west, we will rise from the windswept northeast where our forefathers first realized revolution. We will rise from the lake-rimmed cities of the Midwestern states. We will rise from the sun-baked South.

We will rebuild, reconcile, and recover, in every known nook of our nation, in every corner called our country, our people diverse and beautiful, will emerge battered and beautiful. When day comes, we step out of the shade, aflame and unafraid.

The new dawn blooms as we free it for there is always light if only we’re brave enough to see it, if only we’re brave enough to be it.