14. Pero aunque los recursos dominantes del poder ahoguen las ideas discrepantes, existe un pensamiento alternativo con defensores incluso en las instituciones de más alto nivel. Se multiplican los libros, los informes y las reuniones científicas que argumentan poderosamente que otro mundo es posible, como proclamaron los antiglobalizadores en Porto Alegre (Brasil), y después en el Foro de Barcelona (junio de 2001) para dar respuesta a la Conferencia del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, instituciones que prefirieron renunciar a la celebración prevista. Entre otras conclusiones, en ese Foro se reivindicó el control democrático en las grandes decisiones económicas mundiales (pues ¿quién ha dado el poder que se han tomado unos jefes de gobierno en el G7?), se alertó sobre el destrozo del medio ambiente en aras de mayores beneficios empresariales, se criticó la situación del comercio internacional y se trataron tantos temas imposibles de abarcar aquí, pero de los que, a modo de resumen, subrayamos una conclusión significativa: mientras que la minoría globalizadora casi limita su interés a los mecanismos y resortes económicos que afectan a sus beneficios y operaciones especulativas, la gran mayoría oponente se inquieta por lo que importa a la vida humana en todas sus dimensiones, desde el escenario natural a la educación y perfeccionamiento de las personas, desde el hambre a la actividad creadora, desde la justicia a la solidaridad, desde la ciencia al placer. Una vida en plenitud, no reducida a menores horizontes económicos, lo que exige otro mundo más vasto que el financiero. Otro mundo posible: un mundo para todos porque es de todos, no sólo para los instalados en la ascendente barquilla del globo.
15. Esa reclamación vital de otro mundo posible desenmascara la perversión radical de la ideología globalizadora, empeñada en hacernos creer que para llevarnos a todos a la prosperidad bastará con manipular los mercados y las finanzas mundiales mediante operaciones económicas y especulativas, como si todo lo demás de la vida viniese dado por añadidura. Es una creencia auténticamente fundamentalista, como la religiosa que pone todo lo de este mundo al servicio de la predicada vida eterna o como la fe nazi en la superioridad de una raza salvadora del mundo. Y, como toda fe, esa creencia cegadora impide a sus fieles ver lo que tienen ante sus ojos. Por ejemplo, al mendigo que pide limosna a la puerta de un mercado en el que ni se molesta en entrar porque carece de dinero y no obtendrá nada. Una persona, prueba viviente de que el mercado no es la libertad.
16. La desregulación de los mercados y la amplia libertad y rapidez instantánea de las operaciones, apoyada en la doctrina del liberalismo económico y aprovechada por los poderes globalizadores, no va a traer consigo, automáticamente, la solución de todos los demás problemas de la existencia humana. Con todo, esto perdería importancia si, como sostienen esos poderes, su globalización fuese una imperiosa e inevitable consecuencia de los adelantos técnicos. No puede negarse que es así, pero ésa no es toda la verdad del proceso histórico, ni siquiera la mitad de la mitad. La entera verdad es que las innovaciones científicas impulsan y transforman, a veces revolucionariamente, no sólo las estructuras y procesos económicos sino todos los demás aspectos de la vida colectiva. La técnica hace cada día más imperiosa la necesidad de globalizar la sanidad (por ejemplo contra epidemias mundiales que amenazan a todos), la justicia (castigando tiranías y genocidios con ese Tribunal que no acaba de nacer por oponerse a él Estados Unidos), la educación (pues el analfabetismo es una inmensa pérdida de recursos humanos), la política (poniendo al día instituciones anticuadas incapaces de aprovechar las nuevas técnicas con sentido social), por no ofrecer sino unos cuantos ejemplos. Un caso muy elocuente es el empeño estadounidense en seguir contaminando la atmósfera contra los acuerdos de Kioto para no recortar beneficios de sus empresas: decisión dañina para el bienestar futuro de la humanidad. La técnica ha dejado anticuados los clásicos Estados-nación, ninguno de los cuales puede ya afrontar por sí solo problemas como ése, por lo que la globalización global (la redundancia se impone) resulta indispensable, mientras que la globalización meramente económica no hace más que agravar los desequilibrios.
17. La limitación arbitraria y egoísta de la globalización liberal, meramente económica y financiera, la sufrimos ya en Europa al adoptar una moneda única, una globalización monetaria. Pero ¿acaso implantamos al mismo tiempo una justicia única, una sanidad global, unos transportes unificados, una educación homogénea, una movilidad laboral, un derecho común? Ni siquiera se actúa así en lo esencial de esos aspectos, aceptando variantes secundarias. ¿Acaso hay realmente una política común unificada? Hasta ahora los acuerdos unificadores no han llegado muy lejos en esos campos, aunque han precisado con detalle el mapa de lo económico. Se comprende por tanto que las protestas antiglobalizadoras no son sólo meras reacciones de la pobreza exasperada contra los abusos, sino una actitud vital completa: un movimiento político contra la usurpante supremacía de lo económico y una reivindicación del control mediante los votos de la democracia efectiva, de la que abdicaron los gobiernos desregularizadores.
18. En consecuencia, mientras para los grupos globalizadores el objetivo supremo y absoluto es lograr las máximas ganancias (lo demás serán resultados colaterales), los objetores de esa recortada concepción de la existencia quieren dar sentido humano a todos los aspectos de la vida, orientándolos hacia el perfeccionamiento integral de la persona. Ello implica invertir la usurpada supremacía de los beneficios monetarios en los mercados desregularizados, someterla a s la autoridad política representativa de la voluntad popular y, como tal, inspirada en intereses vitales y en alcanzar objetivos tan imprescindibles para la cooperación y la convivencia pacífica como es la cohesión social. La situación a la que se tiende en este segundo caso, tan diferente de la promovida con la globalización, es ese otro mundo posible: un espacio que abarque todo y para todos, más natural y más racional que el de la reducción economicista. Un mundo racionalmente alcanzable salvo a los ojos de los explotadores aferrados a sus privilegios, e imposible de ver para los cegados por el fundamentalismo del pensamiento único neoliberal.
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