UNA RED
MUNDIAL
1. GLOBALIZACIÓN es el nombre dado ala más moderna ,
avanzada y amplia forma del mercado mundial . El sistema en el
que —ya quedó dicho— se ha liberalizado al máximo la circulación de flujos
financieros y monetarios; con ciertas limitaciones y controles también los
movimientos de mercancías y, más restringidamente aún, los desplazamientos de
trabajadores. Esa libertad financiera es decisiva para el sistema, pues fomenta
sus operaciones especulativas por cuantías muy superiores al valor total de las
mercancías intercambiadas mundialmente. El objetivo de los operadores no es tanto
incrementar la producción de bienes para elevar el nivel de vida colectivo,
como multiplicar sus beneficios aprovechando diferencias en los tipos de
cambio. En ocasiones, se llega incluso a provocar o explotar
desestabilizaciones y hasta crisis monetarias con auténticos ataques
especulativos, que los gobiernos afectados no pueden atajar por la superioridad
de recursos de los atacantes y porque los poderes políticos, como ya se ha
dicho, han venido abdicando cada vez más de su capacidad de legislar contra
tales operaciones.
2. Ese gran mercado globalizado funciona como una red
de intensas relaciones económicas que, articulada por los nuevos medios
informáticos, agrupa una buena parte de la actividad mundial e influye, más o
menos indirectamente, sobre las entidades no incluidas en la red. Como en todos
los mercados, en ese espacio operativo unificado por la instantaneidad de las
comunicaciones, ocurre lo ya comprobado para cualquier otro tipo de
intercambio: la liberalización sólo significa libertad real para los más
fuertes con mayor potencia económica. Y como en ese espacio los gobiernos han
renunciado al control sobre transferencias financieras, quienes deciden son las
grandes instituciones privadas, bancarias o fondos de pensiones o inversión,
además de especuladores con nombres y apellidos, dueños de sumas
multimillonarias, que utilizan contra cualquier Bolsa o moneda donde encuentren
beneficios.
3. ¿Cómo se ha llegado a esa situación? Primero, por
la tecnología de la información, que permite comunicaciones instantáneas de las
cotizaciones y noticias o factores con repercusiones sobre la situación
económica o sus perspectivas, lo que provoca reacciones inmediatas de los
grandes operadores, seguidos por los demás. Estas facilidades no significan que
se verifique la transparencia total supuesta en el mercado perfecto pues, por
el contrario, la complejidad y abundancia de medios en la red facilita tanto la
desinformación publicitaria y estratégica como la información. Y en segundo
lugar, como se ha dicho, esa decisiva tecnología comunicante puede ser
utilizada a fondo por los grandes grupos financieros desde el momento en que
los gobiernos más avanzados han renunciado al control de operaciones que, sin
embargo, afectan profundamente a su gestión pública y a sus ciudadanos.
4. Esa libertad de acción financiera y monetaria ha
ido consolidándose en los últimos decenios en virtud de leyes de liberalización
presentadas más eufemísticamente como «desregularizadoras» y aprobadas por la
creencia en la ideología del liberalismo económico, dominante en las más
encumbradas instituciones académicas y seguida también por los grandes
organismos internacionales. Aunque la utilidad esencial de esa teoría consiste
en legitimar el poder del dinero, nos es presentada como si tuviera las mismas
virtudes democráticas del liberalismo político. Pero la realidad es que
mientras en este último cada persona encarna un voto, en el liberalismo
económico el «voto» corresponde a cada unidad monetaria y no a cada ciudadano.
Por tanto, al dejar los gobiernos las manos libres al poder económico privado,
los votantes han perdido el control democrático ejercido, en principio,
mediante la elección de sus representantes y gobernantes. En otras palabras: la
globalización económica es totalmente antidemocrática .
5. Dicho de otro modo: el liberalismo político
implica un planteamiento global de la vida colectiva y se manifiesta en todos
sus aspectos (éticos, educativos, jurídicos, etc.), pero al aplicar el
principio liberal solamente a lo económico se cae en un reduccionismo que
entroniza los mecanismos e intereses capitalistas como constitución fundamental
de la sociedad, pasando lo demás a depender de ese fundamento. Contra esa
dependencia, instaurada en favor del poder burgués, se alzaron las luchas
sociales del siglo XIX, que arrancaron algunas concesiones en forma de
legislación social y, ya en el siglo XX, la potencia política y militar de la
Unión Soviética refrenó los abusos del poder económico. Así, a los dos
fenómenos propiciadores de la globalización en nuestro tiempo (la informática y
la desregulación) se ha sumado un nuevo factor: el desplome de la potencia
comunista que ha dejado libre el paso a la expansión mundial del poder
financiero y especulador.
6. Con lo expuesto, se puede ya definir de manera
precisa la globalización como «constelación de centros con fuerte poder
económico y fines lucrativos, unidos por intereses paralelos, cuyas decisiones
dominan los mercados mundiales, especialmente los financieros, usando para ello
la más avanzada tecnología y aprovechando la ausencia o debilidad de medidas
reguladoras y de controles públicos». El resultado es la creciente
concentración planetaria de las riquezas y del poder económico.
MUY ANTIGUA Y MUY MODERNA
7. Para dotarla de prestigio, se nos quiere presentar
la globalización como una estructura social muy moderna y sin precedentes,
alcanzada como uno más de los frutos del progreso. Lo cierto es que el poder ha
buscado en todo tiempo la explotación económica de sus súbditos, a veces
simplemente por la fuerza, pero otras mediante formas semejantes a la actual,
usando los medios técnicos de cada momento. Ya en el Imperio romano los
traficantes y comerciantes tenían montada su red desde los alrededores de la
corte imperial hasta las provincias, con rutas de transporte y en connivencia
con los poderes vigentes. En el Imperio británico decimonónico, su centro
financiero mundial en Londres, sus líneas marítimas y sus explotaciones
coloniales fueron el marco de globalizaciones privadas propias de su tiempo.
Cada imperio ha «globalizado» como ha podido. Cuando ahora, desde la reunión
internacional en Lisboa en el año 2000, se nos repite que vivimos en una Nueva
Economía (cuya novedad fundamental consiste únicamente en el creciente empleo
de Internet), se está diciendo algo tan capcioso como afirmar que la Santa
Inquisición cristiana hubiera sido nueva, distinta y conveniente para todos si,
para quemar a los herejes, hubiese usado la silla eléctrica en vez de la
hoguera de leña.
Justo es reconocer,
no obstante, que el vocablo globalización es ciertamente moderno y muy
atractivo al sugerir algo global —es decir, común a todos— y suscitar además la
imagen de un globo en cuya barquilla común se eleva la humanidad,
solidariamente unida, hacia el empíreo del futuro.
8. Desgraciadamente, la solidaridad no es la actitud
predominante por parte de los globalizadores. Basta abrir un diario o encender
un televisor (aun cuando ambos medios procedan de los centros económicos
dominantes) para percibir que en la barquilla del globo no se eleva más que una
minoría de globalizadores, mientras quedan en tierra los millones de
globalizados que dependen de ellos. Por supuesto, los de la barquilla alegarán
que su relación con los que no suben es más bien de interdependencia, pero
también son interdependientes el jinete y su caballo, con consecuencias muy
distintas para cada uno. Al igual que los fumadores pasivos no disfrutan del
tabaco, pero respiran el humo cancerígeno, así las masas globalizadas sufren
las consecuencias negativas mientras los pocos globalizadores disfrutan de sus
privilegios.
9. La abismal desigualdad entre la minoría
globalizadora y la multitud dependiente aparece en cualquiera de las
estadísticas ofrecidas por los más serios organismos internacionales que,
además, muestran una agravación progresiva de la desigualdad. Por aducir un
solo ejemplo recordemos que, según el Programa de las Naciones Unidas para el
Desarrollo, en 1997 el veinte por ciento más rico de la población mundial tenía
unos ingresos 74 veces más altos que el veinte por ciento más pobre, sin que se
registren medidas redistributivas eficaces por parte de los más favorecidos. Es
más, nunca se ha llegado a hacer efectiva del todo la aportación de un 0,7 por
ciento del producto bruto de los países adelantados, aprobada hace tiempo por
la Naciones Unidas con ese fin compensatorio.
10. Se comprende que la gran mayoría desfavorecida de
la humanidad venga manifestando crecientes protestas y reivindicaciones, por su
mayor conocimiento de la opulencia en las áreas ricas del planeta. También es
natural que esas actuaciones de grupos marginados se vean facilitadas y
coordinadas gracias a ese mismo sistema Internet, tan útil a los
globalizadores. La toma de conciencia crece entre los desfavorecidos y por eso
algunas importantes reuniones internacionales, como la de la Organización
Mundial del Comercio o el Grupo de los Siete se han desarrollado en un ambiente
de protestas públicas movidas por muy diversas organizaciones políticas y
sociales, siendo inevitable que, entre tales masas heterogéneas y justamente
descontentas, haya habido gestos aislados de violencia a los que los
globalizadores han opuesto otra violencia mayor todavía, criminalizando al
conjunto de la protesta.
11. Frente a esas reivindicaciones, por tanto, los
grupos dominantes de la actual globalización no sólo mantienen y extienden su
red captora de beneficio, encastillándose en su posición de fuerza, sino que,
además, quieren erigirse en orientadores y dirigentes de toda la economía
mundial hacia un futuro mejor. Pretenden legitimar esa pretensión
descalificando a sus oponentes como una minoría heterogénea y abigarrada, sin
ideas sólidas, presentándolos como gentes que se perjudican a sí mismos al
enfrentarse a lo que el liberalismo considera la única solución contra la
pobreza. Lucha además inútil —concluyen los dominantes— porque la globalización
es imparable: la impone el irrenunciable avance de la técnica.
12. Frente a esa posición del poder, justo es
reconocer que los oponentes a la globalización son un conjunto heterogéneo que
abarca desde las más radicales posiciones antisistema hasta las más
pacíficamente solidarias contra la injusticia y la pobreza, y defensoras de los
derechos humanos, pasando por la ecología, reivindicaciones culturales o
religiosas y otras muchas actitudes confluyentes. Tal variedad de motivaciones
no puede sorprendernos dada la multitud de aspectos en que el acaparamiento de
riquezas y el abuso del poder incide sobre las vidas de los excluidos y
marginados de la distribución justa.
13. Pero si bien es cierta esa heterogeneidad aliada,
en cambio son falsos los dos grandes argumentos del poder para desacreditar a
sus adversarios. El primero es el de cargarles a todos con la culpa de
violencias registradas que —aparte de que serían reacción explicable a la
opresión cotidiana de los abusos— sólo son imputables a mínimos grupos, y aun a
veces se ha demostrado ser provocadas para justificar represiones policíacas.
El segundo es la negación de «ideas sólidas» (frente al pensamiento liberal o
«único» del poder económico) desmentida por la existencia de un cuerpo de
pensamiento social, sostenido por instituciones y publicaciones seriamente
críticas con ese liberalismo. Diversos autores y textos han desenmascarado el
anacronismo que invalida hoy la teoría liberal por su injusticia distributiva,
su ceguera ecológica, su reduccionismo inhumano, sus desviaciones al orientar
la inversión y otros aspectos negativos inherentes al intercambio
descontrolado. Si toda esa teoría social disidente de la oficial y sus
publicaciones son poco conocidas es porque el poder económico dominante y los
autores a su servicio condicionan con aplastante superioridad los medios de
comunicación social hasta el punto de ahogar las voces oponentes con sus
técnicas manipuladoras de la información y desinformación.
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