La regeneración del país se podrá conseguir si se apuesta por un nuevo tipo de educación y por un sistema que deje de ser "disfuncional". Hasta la fecha, ningún partido ha tomado la educación como bandera.
En España la educación no parece preocuparle a casi nadie. Desde 1978 ha estado ausente del debate político y social, salvo en lo referente a la conveniencia o no de utilizar el horario escolar en la escuela pública para el adoctrinamiento religioso. Las encuestas dicen que las principales preocupaciones de los españoles en la actual etapa democrática han sido el paro, el terrorismo, la corrupción, las tensiones territoriales... La preocupación por la calidad de la educación no se manifiesta por ninguna parte. Los políticos son conscientes de que la educación no da votos y, consecuentemente, orientan el gasto público hacia proyectos fastuosos y socialmente inútiles, como las grandes infraestructuras culturales y lúdicas hoy convertidas en ciudades fantasma y, sobre todo, como el AVE, probablemente el mayor despilfarro de la historia de España. Todo ello con la esperanza de que los votantes, admirados por tanto esplendor, exclamen arrobados ¡pero qué grandes somos! y se olviden de cuestiones sustantivas como las aberrantes tasas de desempleo, de temporalidad laboral y de fracaso escolar, el aumento de la pobreza y de la desigualdad y la disfuncionalidad de nuestro sistema educativo. Es más, en este año electoral de 2015 no conozco ningún partido político que haya hecho de la mejora de la educación la prioridad estratégica de su programa. ¿En qué estarán pensando? ¿En más kilómetros de AVE?
Llama la atención que en el resurgimiento actual del regeneracionismo español apenas aparezca el tema de la escuela, un clásico desde que Joaquín Costa acuñó el lema "escuela y despensa" en 1899. Soy de los pocos regeneracionistas actuales que insiste, con ocasión y sin ella, en que el futuro de España se dirime en el terreno de la educación y, por ende, en la necesidad imperiosa de mejorar nuestro sistema educativo. Esto es así por tres razones, una de tipo cultural y dos de tipo económico. A enunciarlas dedico el resto de este artículo.
Empecemos por la cultura. Como señala A. G., un buen amigo mío, desde principios del siglo VIII hasta 1978, más de 1.200 años, la cultura española estuvo fundamentada en la negación del otro y en el intento de eliminarlo físicamente. Primero tuvimos casi ocho siglos de Reconquista, en los que el otro era el moro y a por él fuimos. A los que quedaron vivos los acabamos expulsando a principios del siglo XVII. A la Reconquista, sin solución de continuidad, siguieron casi cuatro siglos de Inquisición. Esta vez el otro eran los potenciales herejes, los judíos y cualquiera que quisiera introducir en España las nuevas ideas que venían de Europa. A por ellos fuimos. A continuación, también sin solución de continuidad, llegó un largo siglo de guerras civiles, hasta cuatro sin contar la guerra de la Independencia y escaramuzas menores.
Esta vez el otro era el vecino de al lado y a por él fuimos. Estos doce siglos, en los que la cabeza se utilizó sobre todo para embestir, crearon una cultura en la que el debate civilizado, que se basa en intentar comprender la posición del contrario, es muy difícil. De ahí la maravilla de la Transición española y de ahí su excepcionalidad. El debate civilizado en España sigue siendo hoy en día infrecuente: al contrario se le sigue negando en vez de intentar comprenderle. Afortunadamente, parece que ya no intentamos eliminarlo físicamente y esto es mucho progreso. Pero no es suficiente. Como cuando Costa, el sistema educativo debe tener un papel civilizatorio vital para crear una cultura de amistad civil aristotélica y de debate, acuerdos y compromisos. Y los regeneracionistas debemos insistir en ello, porque no está nada claro que el sistema actual esté en condiciones de hacerlo.
Aberrante tasa
Desde un punto de vista económico el sistema educativo español es disfuncional. Esta disfuncionalidad es una de las causas profundas de la aberrante tasa de paro española y de la falta de oportunidades que aflige a buena parte de nuestros jóvenes. No tiene ningún sentido que España tenga casi el doble de estudiantes en la Universidad que en Formación Profesional (1,4 millones y 0,8 millones respectivamente). No tiene ningún sentido que la Universidad y, sobre todo, la Formación Profesional elaboren sus currículos y planes de estudios sin tener en cuenta las necesidades y la demanda potencial de sus graduados por las empresas.
No tiene ningún sentido que la distribución de niveles educativos (bajo/medio/alto) de los jóvenes españoles entre 25 y 35 años sea (35%/25%/40%) cuando en Alemania es (15%/60%/25%). No tiene ningún sentido que de la población entre 25 y 64 años cuyo nivel educativo es, como máximo, la secundaria, tan sólo el 20% tenga cursos de formación profesional (en Alemania es el 75%). El sistema educativo español es una máquina de generar parados: la tasa de paro juvenil supera el 50% y ello se debe, en buena parte, a que no tienen capacitaciones profesionales específicas lo que, dicho en román paladino, equivale a decir que no se les ha enseñado a hacer nada. Y, se me olvidaba, el 35% de los graduados universitarios españoles trabaja en categorías inferiores a su titulación. Esta situación disfuncional no es objeto de debate en España. Nadie quiere decir que tenemos demasiadas universidades, demasiados universitarios y poca formación en competencias profesionales. Por eso tenemos que decirlo los regeneracionistas que, acostumbrados a clamar el desierto, tenemos ya piel de rinoceronte.
Mirando al futuro, la exigencia de reforma de nuestro sistema educativo es todavía más apremiante. Todos los trabajos rutinarios, manuales o intelectuales, se robotizarán y serán desempeñados por máquinas. Adiós cajeras de supermercados, analistas de crédito, asesores fiscales, taxistas, recaderos, mozos de almacén y muchos otros. Tan sólo quedarán -y se crearán- ocupaciones y empleos que tengan alguna dosis de creatividad. Muchos estudiantes actuales, sobre todo los más jóvenes, jamás tendrán un empleo tal y como lo concebimos ahora. Tendrán que inventar o crear sus propias ocupaciones y la escuela debe prepararles para ello. Hay que poner mucho más énfasis en las capacidades no cognitivas -empatía, autoestima, motivación, curiosidad, iniciativa...- que deben adquirirse, sobre todo en etapa preescolar y primaria.
Hay que potenciar la creatividad a lo largo de todo el ciclo educativo. Como dice Ken Robinson, ¡la creatividad se aprende! Hay que abandonar la enseñanza estructurada por temarios para pasar a estructurarla por problemas y proyectos. Hay que tomar las lecciones en casa, por internet, e ir a la escuela a hacer los deberes... Todo esto no es ciencia ficción: hay en España iniciativas en cada una de estas innovaciones: las guarderías municipales de Lleida, los jesuitas de Barcelona, el colegio Monsterrat de Vallvidrera y otras instituciones están avanzando en este tipo de iniciativas. Merecen que sus experiencias sean difundidas y apoyadas. Para empezar, por los regeneracionistas, qué menos.
César Molinas, economista y matemático. Está escribiendo un libro sobre el futuro de la ocupación y el empleo en España.
El factor clave de la educación
Actualizado: 15/04/2015 22:56 horas
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