"Thomas Piketty ha escrito el libro económico de mayor impacto en unos cuantos años: El Capital en el Siglo XXI. La obra, relativamente fácil de leer [ayudan las recurrentes citas a Balzac y Austen], supone un ambicioso tratado de teoría económica (en una disciplina muy acostumbrada a la hiperespecialización), aborda temas de gran actualidad y parte de una excepcional labor estadística. Es de hecho, la culminación de 15 años de trabajo de Pikkety y otros autores, que han recopilado datos sobre renta y patrimonio a lo largo de 200 años y 20 países. Aquí están los datos de rentas y patrimonios, y aquí los anexos técnicos y los gráficos del libro.
Cada uno de estos elementos es difícil de ver en la academia. Que vengan juntos, y acompañados de unas recomendaciones de política económica muy diferentes de la ortodoxia predominante es un pequeño terremoto. Que a todo ello se unan unas ventas que deben rondar el millón de ejemplares (con 30 traducciones, de momento) es un tsunami en toda regla. El tsunami ya ha llegado a España con la traducción en castellano, editada por la mexicana Fondo de Cultura Económica. La edición en catalán lleva ya varias semanas entre los libros de no ficción más vendidos.
Que el libro sea un superventas, y él una suerte de estrella del rock, no debería distraer el foco de su obra, un tratado económico de amplio espectro que parece sacado de otra época. Como ejemplo, sirva que la desigualdad no aparece en el libro hasta más allá de la página 300, hacia la mitad de la obra. A sus propuestas sobre impuestos no dedica más de 75 páginas del total de 650.
Un trabajo de 15 años
Antes de todo eso, Piketty plantea sus puntos de partida, es decir, los datos que ha recopilado desde 1998 (tras un efímero paso por el MIT), tomando datos fiscales desde principios del siglo XIX, y así plasmar el dibujo de cómo se han distribuido rentas y patrimonios desde los albores de la Revolución Industrial. También tira, en este sentido, de las novelas de Balzac o Austen que, como explica, dan una idea de cómo era la desigualdad, las rentas o los ingresos en aquella época. Y, de paso, desengrasa la lectura.
Con estos datos construye su principal hipótesis, basada en tres fórmulas. La primera (una identidad contable, no una teoría) indica que la participación en el PIB de las rentas del capital (a) depende del capital acumulado en las economías en relación al ingreso (B) y del rendimiento de éste (r). A=B x r. La segunda es una hipótesis de largo plazo: a lo largo del tiempo la proporción del capital en la economía (B) tiende a ser una función del ahorro (s) dividido por el crecimiento (g). B=s/g.
Combinando estas dos ecuaciones la conclusión de Piketty es que cuando el rendimiento del capital es superior al crecimiento (r>g) aumenta la acumulación de capital, lo que a su vez refuerza la desigualdad, dado el asimétrico reparto de la riqueza. Y considera, finalmente, que la tendencia natural del capitalismo va en esta dirección, es decir, que la economía madura tiende a crecer menos de lo que renta el patrimonio.
Es en este punto, la rentabilidad del capital, donde Piketty, extremadamente sólido en el resto del libro, puede deja más frentes abiertos. Explica que la globalización impide (vía la sustitución de factor trabajo por factor capital) que el rendimiento del capital se erosione con la acumulación. Una tesis perfectamente plausible que, no obstante, estaría mejor soportada con un mayor análisis de las dinámicas de los mercados financieros.
En consecuencia, cree Piketty (que se cuida de sonar demasiado rotundo) que podemos volver al capitalismo patrimonial, heredado de generación en generación, de la Belle Époque anterior a 1914. En un entorno, claro está, de desigualdad menos extrema. Rebate, pues, la tesis dominante desde la posguerra, y con mucho tirón hoy en día, según la cual la tendencia natural es a que la desigualdad se reduzca, como sucedió entre 1950 y los años 80, a medida que la tecnología hace más valioso el capital humano.
"Los gloriosos treinta"
Según sus planteamientos, ese periodo de “los gloriosos treinta” estuvo marcado por la destrucción de capital en las guerras mundiales y, en menor medida, por las políticas económicas de la época. La desigualdad se redujo, sí, pero fue una excepción histórica. Y la reducción de la pobreza en países emergentes se deriva, sostiene Piketty, de la transferencia de tecnología.
Piketty no descalifica la existencia de desigualdad (no es mala en sí misma, dice), le preocupa que la tendencia se extreme, que el componente hereditario pese cada vez más y que eso suponga un riesgo para la economía, y para la democracia. Es este análisis el que acerca el Capital de Piketty al otro Capital, el de Marx, con dos diferencias: Piketty plantea su tesis a partir de los datos y, no menos importante, Piketty no cuestiona el capitalismo (ni, dicho sea de paso, la globalización).
Entra también Piketty en otras arenas más actuales, como la remuneración de los ejecutivos que denomina “falsa meritocracia”. Explica que no ha encontrado evidencia de que los pagos multimillonarios a superejecutivos se correspondan con mejoras en la productividad de sus empresas. De hecho sostiene que estos pagos provocan comportamientos tóxicos: directivos más preocupados por pelear sus sueldos que por el futuro a medio plazo de la empresa.
La última parte del libro contiene las propuestas de política económica, centradas en cambios fiscales
Aborda también la nueva desigualdad en Estados Unidos (cada vez más patrimonial, una novedad en un país donde las diferencias las marcaba la renta), la crisis de la deuda, donde se muestra partidario de una “quita fiscal” (un impuesto puntual y extraordinario a los patrimonios) o los efectos de la competencia entre distintos sistemas fiscales en Europa.
La última parte del libro son recomendaciones concretas de política económica, donde destaca su propuesta de un impuesto global al capital, un impuesto sobre la renta más progresivo y un aumento de la coordinación fiscal entre Estados. En esta parte es, obviamente, la más jugosa para los titulares de prensa y, como cabe esperar, el objetivo predilecto de las críticas a Piketty. Hacer propuestas de política económica es coherente con el planteamiento del libro y con la vocación de democratizar el debate económico. A algunos lectores les gustará, otros la encontrarán poco novedosa y otros estarán en total desacuerdo.
Al final, probablemente el poso de la obra de Piketty será más duradero por su trabajo teórico y académico, por poner en primera línea el debate sobre la desigualdad, que por dos propuestas de política fiscal.
Y, a la hora de ilustrar este debate, usa hábilmente un extracto de la obra de Balzac El Padre Goriot. Uno de los personajes, Vautrin, intenta convencer al protagonista, Rastignac, de que renuncie a estudiar leyes para casarse con una heredera, pues ni siendo el mejor legalista de Francia jamás llegará a acercarse a lo que ganará si, como propone, elimina al marido de una rica heredera prendada de Rastingac y contrae matrimonio.
Las matemáticas de la época dan la razón a Vautrin, y ese nivel de desigualdad, aquel en el que el trabajo y el esfuerzo cuentan poco, el que teme Piketty"
El País
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